miércoles, 21 de diciembre de 2011

Relato

Os cuento mi historia porque, de una manera o de otra, yo también contribuí en un proceso por el cual personas como yo destinaron mucha fuerza e interés en conseguir: la mejora en las condiciones de trabajo de la población obrera:
" Mi vida comienza un 8 de Agosto de 1842, en Inglaterra. En aquel entonces la ciudad, como casi todas, se dividía en dos: barrios de la gente pobre y los de la rica. Mi familia y yo residíamos en uno de los barrios de gente pobre. Mi casa, donde nací, estaba situada a las afueras, como todas las de los demás trabajadores. En nuestro caso, vivíamos en la parte alta, en un desván, dado que siempre eran más baratos aunque menos espaciosos. En ella, hacinados, vivíamos cinco: mi madre, mi padre, mis dos hermanas y yo; y un hermano que venía de camino. La verdad es que las condiciones en las que nos encontrábamos eran pésimas: no había recogida de basuras, por lo que el olor era insoportable; las aguas sucias se estancaban, produciendo así bastantes enfermedades entre nuestra población; y por supuesto la falta de servicio público. Pero, ¿qué podíamos hacer? todo esto era mucho mejor que pasar frío en la calle y no tener de qué vivir. Por todo esto, la hora de comer en mi casa era todo un sacrificio: había poco dinero, y únicamente nos podíamos permitir comprar tres o como mucho cuatro patatas para poder hervirlas en todo el día; el problema era que eramos cinco en casa, y ante todo intentábamos repartir y equilibrar lo mejor posible la comida para que ninguno pasara demasiada hambre, aunque desgraciadamente siempre nos quedábamos con hambre.


Como bien he podido explicar, he nacido en una familia humilde y trabajadora. Como buena familia obrera, nos levantábamos muy temprano para ir a trabajar. Yo, al principio, permanecía con una tía mía hasta que todos volvieran de trabajar. Cuando era pequeño no entendía por qué tenía que quedarme tanto tiempo sin ellos, y por qué volvían tan tarde y, muchas veces con heridas y tan cansados; los días festivos, si no iban a trabajar, se quedaban durmiendo, y yo quería jugar. Pero cuando cumplí los seis años, en 1848, tuve que empezar a trabajar para traer más dinero a casa y pude ver con mis propios ojos y sentir las respuestas a todas aquellas preguntas.
Empecé a trabajar en una fábrica textil recogiendo las sobras que caían de los telares debido a mi pequeña estatura y gran agilidad, como todos los niños y niñas de mi edad que trabajaban conmigo allí. Al principio, me lo tomaba como un juego, pero después de diez horas sin parar de trabajar sin apenas descansar, noté que mi cuerpo era incapaz de aguantar tanto y caí derrumbado al suelo. Lo más lógico habría sido pensar que el encargado de la fábrica hubiera venido a socorrerme, pero no; lo único que hizo fue sacudirme cual saco de patatas y pegarme una bofetada. Después de todo esto volví a caerme por el sueño un par de veces más, en ellas lo que conseguí fueron un par de rasguños y un corte con el telar en la pierna. Ahora entendía la típica postura que había en mi casa y todo encajaba: trabajaban para poder subsistir como podían, durante un tiempo que realmente era inaguantable, en condiciones terribles y además recibiendo maltrato físico. Desde aquel momento en la fábrica he ido observando todo lo que pasaba a mi alrededor: he visto desde amputaciones de miembros por los telares hasta muertes en la propia fábrica.


Conforme iba creciendo me iban encomendando distintos trabajos y yo, en silencio, seguí observando todo. A mis doce años, en 1854, me destinaron a otra fábrica, esta vez el capataz era mucho más estricto y el miedo que sentía allí era incomparable; en aquella fábrica trabajaba quince horas y mi aspecto físico era lamentable. A los dieciocho años, en 1860, me destinaron a unas minas al sur-este de Inglaterra. Allí me encargaba de cargar con las vagonetas llenas de carbón pero la jornada laboral en la mina era mucho mejor comparado con todo aquello  que yo llegué a vivir: en la mina trabajaba trece horas y nos dejaban descansar cinco minutos cada cuatro horas. Finalmente en 1864 y con ya veintidós años, me encontré trabajando en una industria siderúrgica. Era terrible: temperaturas extremas, ruidos ensordecedores, y sin apenas protección. Mi trayecto por esta industria creo recordar fue el peor, pero aquí fue donde empezó todo.


En aquella industria congenié muy bien con todos; eran hombres honestos, trabajadores, muy similares a mi estilo de vida. Cuando salíamos de trabajar, muchas veces, pasábamos por la taberna a tomar algo y a hablar sobre el país y demás. Todos coincidíamos en que eran inhumanas tantas horas de trabajo diarias y mucho menos en las condiciones en las que nos encontrábamos. Con todos estos propósitos, en 1867, decidimos pues afiliarnos a una asociación obrera para reivindicar nuestros derechos y poder mejorar nuestra situación laboral. Para lograr cambios deberíamos permanecer todos unidos, sin importar  ni el sexo ni la nacionalidad; en este camino hacia la libertad eramos todos iguales y nada ni nadie podía detenernos. Qué bonito y qué fácil habría sido decir esto ante los burgueses y el parlamento, y que nos hubieran hecho caso. Pero no fue así.
Tuvimos una gran etapa en la que las huelgas y manifestaciones eran nuestros únicos objetivos para conseguir nuestros objetivos, y me sentía satisfecho. Satisfecho de luchar por algo por lo que mi familia y todas las familias obreras habían y estaban pasando. Ahora estábamos juntos, teníamos que continuar luchando por lo que queríamos, cantar en alto el himno de la Internacional y reivindicar por nosotros y por nuestras generaciones futuras una mejora en nuestra vida laboral.
Hola, me llamo James, y participé a la primera AIT a cambiar la que hoy por hoy aún se conoce como sociedad obrera".

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